domingo, 21 de octubre de 2012

Nuevas etapas

Sentirse bien ayuda a que la vida cambie.
A que todo gire en el sentido que uno necesita.
A que la pelota oscile sobre la canasta y finalmente entre.
Las cosas dejan de afectarnos con tanta intensidad y cada día sonreímos con las novedades, en lugar de enfadarnos con cualquier contratiempo.
Tal vez ese fuera uno de los desencadenantes de que volviese a experimentar nuevos encuentros.
Los cambios en mi vida se habían ido produciendo hasta alcanzar una estabilidad que me hacía sentir feliz, y esa nueva energía y la vibración del amor despertaron lo que había mantenido durante tanto tiempo oculto en un rincón de mi memoria.
Pero el caso es que no sucedió de improviso, la reconexión con todo un mundo de nuevas experiencias se produjo al tiempo que compartía las inquietudes de mi mujer. Para ella sí que resultaba atrayente aprender, conocer de primera mano terapias, acudir a cursos o leer páginas de internet con información sobre comunicados y otras cuestiones esotéricas.
Yo siempre he sido una persona volcada con mi profesión, bastante práctica, así que leer o investigar sobre otros temas distintos me parecía una pérdida de tiempo o dinero.
Quizás el recelo a encontrar algo que me hiciese recordar o contactar con las energías que habían despertado las vivencias pasadas me tiraba un poco para atrás. Sin embargo, las lecturas de mi juventud sobre religiones antiguas y la historia me incitaban a conocer un poco más sobre cuestiones que han preocupado a todos los seres humanos independientemente del tiempo o el lugar.
Curiosidad.
Inquietud.
Todos, llegado un punto de nuestra vida, comenzamos a preguntarnos cosas.
Cuestiones que antes no nos habíamos planteado, sobre la muerte, la reencarnación y muchas otras preguntas que la religión que nos han enseñado muestra con lagunas.
Así que decidí que no pasaba nada por empezar a conocer formas de entender la realidad distintas, las bases filosóficas de otras formas de pensar, la experiencia de otras personas.
Acudí a varios centros y realizamos juntos nuestras primeras meditaciones.
Al principio no experimentaba nada. El estrés de mi vida seguía pesando más que mi libertad. Aún me planteaba qué hacía allí. Hasta que decidí aprovechar realmente aquella oportunidad que había llegado a mí sin quererlo.
Me relajé y dejé que mi mente se fuera apaciguando.
Cada nueva meditación me proporcionaba experiencias distintas, era capaz de visualizar imágenes muy hermosas, casi poéticas, que conectaban con mi sensibilidad artística y mis inquietudes.
Por eso acudí sin pensar a una terapia o sanación con seres de luz al proponérmelo mi pareja. Solía acompañarla en algunas ocasiones, no siempre, pero en aquél caso, ella insistió en que era algo especial y quería que estuviese con ella.
"Médicos del cielo", así se llamaba el taller.
Era una meditación guiada, donde el trabajo lo realizaban seres bondadosos que comunicaban con la persona que guiaba la experiencia y le proporcionaban mensajes personalizados para cada uno. En una botella de agua personalizada se fijaba la vibración necesaria para cada uno de nosotros. Los "pacientes" podíamos percibir imágenes o recibir algunas informaciones durante la meditación, por lo que debíamos tener lápiz y papel para anotarlo.
Yo pude conocer el nombre de dos de mis guías, aunque no tuve un comunicado específico, al contrario que el resto, que sí recibieron indicaciones específicas para sus preguntas o problemas.
Pero aquello no acabó con la meditación que realizamos un viernes por la tarde...

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