miércoles, 17 de octubre de 2012

Primeros encuentros

La verdad, uno se plantea en contadas ocasiones qué haría si le sucediera una experiencia fuera de lo normal. El desarrollo de la escena aparece perfectamente controlado en nuestra mente, aunque sepamos que, llegado el momento decisivo, el pánico haría mella en nosotros y no podríamos más que asistir como espectadores involuntarios... Y estoy convencido de que únicamente un bajo porcentaje de la población mundial desea que sucedan este tipo de cosas en su presencia, fundamentalmente por el miedo a lo desconocido y por el abuso de ficciones sobre los casos más truculentos...
La primera vez que algo extraño me sucedió, las miradas de incredulidad de mis familiares al contarles lo sucedido fueron dignas de quedar retratadas. Evidentemente, no esperé a que pasara del mediodía el bombazo informativo, y mientras desayunaban padres y hermanos, relaté sin pausa lo que me había sucedido la noche anterior.
Mis padres y hermanos dormían en la planta superior de la casa, quedando reservada para mi una habitación de reducidas dimensiones en la planta baja. En ella había una litera con dos camas, por si venía alguna visita, un pequeño escritorio y varias baldas para mis libros. El techo del dormitorio es bastante alto debido a la configuración del tejado, por lo que las camas quedaban perfectamente integradas. Yo siempre utilizaba la cama superior porque me gustaba ver las luces de la calle reflejadas en el techo.
Aquella noche, como todas las anteriores, dejé entornada la puerta de la habitación antes de subir a la litera. Las luces de la calle eran tenues y no había prácticamente ningún ruido. En ocasiones el viento agitaba las ramas de un gran pino situado delante de la casa, o hacía crujir la persiana que cubría mi ventana. Pero esa noche la calma era total y nada hacía presagiar el gran sobresalto que iba a experimentar en unas horas.
Pensando en mis cosas, logré conciliar el sueño al poco de acostarme.
Todo era normal hasta que comencé a sentir una gran presión sobre el pecho que me hizo despertar. Quedé totalmente paralizado al abrir los ojos, con total incapacidad para formular palabra alguna, pero consciente de lo que estaba sucediendo. En un primer momento pensé que podía ser el inicio de un ataque de corazón o algo así, pero de forma instantánea supe que no tenía que ver con cuestiones físicas.
En unos segundos de pánico total, pude ver claramente cómo se abría la puerta de la habitación lentamente y una gran luz comenzaba a inundar la estancia.
En ese momento, dos cuerpos de luz, uno de mayor estatura que otro, cruzaron el umbral de la puerta.
Desde mi posición elevada pude apreciar que la zona correspondiente a la cabeza era la que más luz mostraba, mientras que lo que debían ser la piernas, estaban prácticamente desdibujadas. No se podía apreciar ningún rasgo correspondiente al rostro ni se diferenciaban las extremidades, por eso los llamo cuerpos de luz.
Pues bien, tras pasar al interior de la estancia, aquellas formas luminosas comenzaron a tomar altura hacia mi posición. Yo no podía hacer otra cosa más que rezar y finalmente me desvanecí. Desconozco el tiempo que pasó, pero noté cómo la presión se desvanecía lentamente y retorné a una fase de sueño profundo.
Por la mañana, la puerta del cuarto estaba totalmente abierta.
Al levantarme, mis padres y hermanos ya estaban desayunando.
-¿Me habéis abierto la puerta alguno de vosotros?- pregunté nada más salir de la habitación.
-No- todos coincidieron en la respuesta.-¿Por qué lo dices?
En ese momento les conté los acontecimientos nocturnos y a mi padre se le cayeron las galletas dentro de la taza del café con leche. Mi madre me miró en silencio y mis hermanos callaron también.

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